HISTORIAS PARA LEER UNA POR UNA EN LOS CULTOS MISIONEROS
1-UNA JOVENCITA RECORRIO SOLA LA SELVAS DEL AMAZONAS
Mi nombre es Sofía Müller, mi padre y mi madre trabajaban y tenían buenos empleos, nuestra casa era hermosa y tenía todo lujo de comodidades; el anhelo de mis padres era que yo llegara a ser una buena cristiana y una profesional. Un día domingo, compre el periódico para leer y dibujar en mi cuaderno las aventuras de Tarzán, a quien yo admiraba mucho y por sus aventuras conocía la selva, sus árboles, lianas o bejucos, sus ríos, animales, aves y recodos. El principal titular, llamo inmediatamente mi atención, LOS CAUCHEROS EN LA SELVA DEL AMAZONAS ESTABAN ESCLAVIZANDO Y MASACRANDO A LOS INDÍGENAS EN FORMA BRUTAL, según había denunciado el diplomático Eustaquio Rivera y el señor Arturo Covua. Yo le pregunte a mi padre que porque Tarzán no defendía a estos indios y el me contesto que Tarzán no existía, que era el personaje de una novela; y ¿Quien podrá ir y defender a esos indios y enseñarles la Palabra de Dios? Bueno de pronto algún pastor o alguna entidad Cristiana lo haga. Me respondió. Hable con mi pastor y me dijo que había que orar para que Dios tocara el corazón de algún cristiano, que con riesgo de su propia vida fueran a realizar dicha misión. Yo empecé a ahorrar lo de mis onces para ayudar a la persona que Dios enviara a salvar dichos indígenas. En mis sueños empezaron cada noche a aparecer unas personas, vestidas de taparrabos, con extrañas pinturas en sus cuerpos y rostros, de baja estatura y color cobrizo, que me ofrecían frutas, pescado, carne y llorando me suplicaban que fuera a ayudarlos.
Un día al despertar, estaba acostada en mi casa en New York, Estados Unidos y de pronto Dios me quebrantó con un llanto incontenible por las almas de los Indígenas, pidiendo que alguien les prendiera una luz en la oscuridad; esto hacía eco en mi mente y muchas veces vi en sueño, al Señor Jesucristo enviándome a las Selvas del Amazonas.
Para ir allá, debía dejar a mis Padres, hermanos, familiares, amigos, compañeros de estudio, novio y todo mi futuro; además de esto, también debía dejar todas las comodidades que tenía en la casa de mis Padres y las de la ciudad.
Siempre soñé con la selva; sin saber siquiera donde quedaría, con sus laberintos de árboles y sus sendas peligrosas, soñé volando colgada de bejucos (como en las aventuras de Tarzán) y caminando por remotas cascadas.
Cada vez que recordaba a estos Indígenas, una ternura me embargaba y el amor perfecto de Dios me impulsaba a ir a la selva.
Aquí en Nueva York, a mis alumnos de Escuela Dominical les sobraban Profesores, en cambio, a aquellos Indígenas en la Selva, no había quien les enseñara.
Entonces pensé, si Cristo dejó su Trono de Gloria para venir a la tierra, hacerse Hombre; porque me amó y nos amó; yo dejaré todo e iré a buscar a aquellas personas que no conozco personalmente, a quienes con el inmenso Amor de Dios, mi alma ya les amaba.
Pensaba que mis Padres no estarían tristes, mis hermanos, familiares y amigos orarían por mí, cuando me recordaran.
Y me preguntaba: ¿Cómo estarán esos Indígenas a quienes amo sin conocerles?, ¿Cómo vivirán? Y ¿Cómo hablarán?, ¿Porqué con sus gritos me enternecen y me llaman?
Tomé mis cartulinas con las que enseñaba la Biblia a los Niños en la Escuela Dominical de mi Iglesia, compré un mimeógrafo, papel, otras cartulinas y leche en polvo. Me aprovisioné de lápices de colores, empaqué mi ropa, jabones, crema dental, cepillos y algunas medicinas que el Pastor y los hermanos de mi Iglesia me aconsejaron.
Con un mucha tristeza me despedí de todos aquellos a quienes amaba, ya que estaban muy tristes: de mis queridos y amados padres, de mis hermanos, de los hermanos de la Iglesia, de todos mis familiares y amigos; pero, yo les dije que no lloraran, porque Yo era una Misionera, que oraran por mí, para que ganara muchas almas.
Así fue como tomé un Barco a finales del Año 1938, el viaje fue largo y terrible para mí, ya que nunca había visto tanta agua, durante todos los días por un mes y con tanto movimiento tuve mucho mareo; poco a poco y con mucho dolor de estómago me acostumbré, esos días se me hicieron muy largos y al fin llegué al Puerto de Buenaventura en Colombia.
Todo lo que hacia o me sucedía, lo escribía diariamente en un cuaderno especial para esto; lo que en Estados unidos llamamos diario y esto me lo propuse desde antes de salir de mi patria.
No sabía hablar mucho español, era muy difícil para mí comer o pedir algo, ya que nadie me entendía. En Buenaventura, Colombia, busqué a unas Misioneras Americanas, las cuales me decían que era muy joven, ya que contaba con diez y ocho años. Estuve con ellas varios meses aprendiendo un poco de español.
En las charlas que teníamos, me decían que debía haber estudiado para ser Misionera, antes de venir, que me devolviera; pero el Amor que Dios me dio por los Indígenas, era tan grande y tan urgente, que no tenía tiempo para devolverme. El único pensamiento que había en mi mente, era que todos llegaran a ser Hijos de Dios y pudieran disfrutar de su Gloria Celestial y ser librados del infierno.
Un día, El tren salió para Armenia y Yo, con el poco Español que sabía, les dije que me llevaran, el viaje fue terrible, algunas cajas de mi equipaje se perdieron, los hombres me miraban con el deseo de enamorarme y creo que me decían piropos; yo le pedí a Dios Autoridad Espiritual; entonces con una sola mirada, que yo les hacia, los auxiliares del tren bajaban los ojos y se alejaban. Comía lo que podía por el camino, porque tenía que no gastar mucho dinero, ya que decían que el viaje a Puerto Carreño se demoraba tres meses.
En mulas continuamos varios días el viaje por el camino de la línea y cuando llegamos encima de la montaña el frío era terrible y en la noche me abrigue con todo lo que pude, pero sin embargo parecía que me iba a congelar, la noche se me hizo muy larga, al otro día continuamos y llegamos a dormir en el calido clima de Ibagué, allí también los misioneros que encontré me aconsejaron que regresara a mi país y que me preparara.
Una vez en Bogotá la capital de Colombia, busqué una familia de Misioneros y la encontré, pasando allí algunos días; porque el anhelo de llegar a las Tribus me impulsó a seguir el viaje a Villavicencio en otro camión. La carretera era muy peligrosa y los abismos se encontraban a pocos pasos, si cayéramos allí no quedaríamos vivos. Cada rato había que descender del camión y ayudarlo a empujar para desenterrarlo y la lluvia no cesaba por aquellos días, los mosquitos me habían picado y de tanto rascarme me había formado heridas.
Después de varios días de viaje y durmiendo sobre la carga, llegamos a Villavicencio, me dolía todo el cuerpo y estaba llena de heridas dolorosas por las picaduras de los mosquitos. Ahora me sentía frustrada, quería que las almas de los Indígenas fueran salvas; pero, también quería devolverme, mi carne parecía débil, llevaba varios días con dolor de cabeza y de estómago, la comida era terrible y me quedaba poco dinero. Tuve que cambiar de camión, la lluvia era constante, las goteras en la carpa del camión me estaban mojando las cajas de cartón y los materiales que llevaba se estaban dañando.
Hablé con un camionero que iba a Puerto Carreño para que me llevara, cuando me entendió, con una mirada maliciosa y una alegría diabólica, me dijo que sí. Iniciamos el viaje, pero era muy difícil, porque la carretera parecía que se había derretido y no podíamos avanzar; iban otras personas como pasajeros, los hombres me miraban, me decían que era muy bonita, tratando de enamorarme, yo oraba todo el tiempo pidiéndole a Dios Autoridad Espiritual y poder así vencer sus malas intenciones, cuando me acercaba a algunas señoras para hablarles, me evitaban.
Los hombres se me acercaban intentando tocarme, pero con una mirada los alejaba. Hubo uno que quiso acercárseme mucho, yo le dije que Cristo lo amaba y que quería librarlo del Infierno, que debía pedirle perdón a Dios por sus pecados. Este hombre se quedó mirándome, me dijo que era una loca y no se me volvió a acercar.
Yo llevaba leche en polvo y avena con algo de azúcar para comer por el camino y en los manantiales de agua donde parábamos me agachaba y con mi mano tomaba agua.
Durante el largo viaje me dio fiebre, escalofrío, me dolían la cabeza y el estómago, me sentía como una fiera encerrada y la carretera era interminable; las burlas de mis acompañantes eran cada vez más hirientes, menos mal que no entendía todas las bromas y ofensas que me hacían.
Me había aprovisionado con muchas pastillas de sulfatiazol para las infecciones y café aspirina para los dolores.
Pasaron los días, la fiebre bajó, pero no las heridas causadas por los mosquitos, después de un mes de viaje, primero como ya dije en camión y luego en canoa, llegamos a Puerto Carreño. Allí todos se enteraron de que yo era Evangélica, por lo que me insultaban y me atendían mal en todas partes, pero en cada sitio que llegaba Dios tenia una persona para ayudarme y suplir mis necesidades.
Averigüe allí sobre las diferentes Tribus Indígenas y me dijeron que todos hablaban un Idioma diferente, también que podía encontrarlos por todos los Caños o riachuelos. Entonces me propuse que cada vez que viera a un Indígena oraría por él para que su pueblo llegara a ser cristiano.
Así viaje en canoa o caminando por la selva, en la cual muchas veces tuve que dormir sola, nunca me mordió una serpiente, ni ningún animal me hizo daño; Hice mi sede en un sitio conocido como el Cejal entre los Curripacos y me esforcé durante dos años para que me entendieran pero no fue posible entonces me propuse aprender su idioma y así pude comunicarme bien con ellos. Entonces la bruja que gobernaba la comunidad se sintió celosa y empezó a atacarme y según decían me suministraban veneno en la comida, pero la palabra de dios dice que aunque nos den veneno no nos hara daño. Enseñe a leer y escribir, les hable de Cristo y viaje a pie o en canoa por toda la selva y donde quiera que llegaba, me daban comida y una choza para colgar mi hamaca.
Quiero que sepan Amados Hermanos Indígenas, que los amo como si fueran mis hijos, con ese entrañable amor de Dios Nuestro Padre y del Señor Jesucristo; quisiera vivir cien años más, si fuera la Voluntad de Dios, para ser partícipe como Misionera de los sufrimientos de nuestro amante Salvador.
Me gustaría que cada uno de Ustedes sea un Misionero que imite mi trabajo, como yo imité a Cristo; que los que no puedan ir a los viajes y Conferencias, oren por los que si pueden ir, para que lleguen hasta los rincones más profundos de la Selva donde gimen las almas de aquellos indígenas a los cuales no les ha brillado la Luz de Cristo.
Yo nunca llevé dinero, solo me puse en las manos de nuestro Maestro el Gran Misionero, el Hijo de Dios, el que como Misionero estuvo dispuesto a dar su Vida por nosotros, no solo dispuesto, sino que la dio y si Cristo murió por nosotros debemos estar dispuestos a morir por El.
Deseo que cada Iglesia Local se preocupe por animar a la Iglesia vecina y aún, que organicen Iglesias donde no las hay. Todos deben aportar de lo que Dios les haya dado, para alcanzar más almas para Dios.
La señorita Sofía Müller llego a Puerto Carreño en el año de 1940 y recorrió sola, a pie y en canoa, comunidad por comunidad, enseñando a leer y escribir, sin tableros, sin tizas y sin sueldo, como también compartiendo la enseñanza de la Biblia en toda la selva Colombiana, Venezolana, Brasilera e incluso Peruana; Muriendo en el año de 1997 a la edad de 71 años, sirviendo al señor durante 57 años.
Hoy en día, en cada uno de los Viajes Misioneros que realiza el Hno. Diego Flaminio Malaver Pulido con su Equipo, encuentran que en cada Comunidad solamente hay unos 15 o 20 Hnos. Indígenas mayores de 40 años y los menores no siguen el Evangelio, por la influencia de los delincuentes que huyendo de la justicia, se han ido a vivir en las selvas, también hombres y mujeres sin Dios y sin ley, que se han llegado allí para tumbar la selva, sembrando marihuana y coca.
Los misioneros cristianos, en estos viajes van capacitando Pastores y Líderes de Escuela Dominical Indígenas y realizando Campañas Evangelísticas, para que los que no son cristianos, lleguen a obedecer el Evangelio de Jesucristo. Con su ofrenda mensual misionera iremos a las diferentes Comunidades e idiomas a establecer Iglesias, incluso a traducir la Biblia a dichos idiomas.
2- IGLESIAS EN LAS NUBES
Nuestra casa estaba hecha de latas viejas y mi madre salía cada día a lavar ropas en casa de familias de mejor extracto social.
Cuando la neblina bajaba, yo siempre soñaba que vivía en la nubes y sentados con mis hermanos en un viejo escaño nos sentábamos a jugar y yo les decía que íbamos en un avión, ellos nunca discutían el hecho de que yo era la piloto del avión; nuestras ropas estaban muy remendadas y a nuestros zapatos siempre se les veía los dedos de los pies, pero esto no afectaba nuestra felicidad de jugar hasta la noche cuando la laguna de luces estaba bajo nuestros pies era maravilloso, no queríamos bajarnos del escaño y desde allí podríamos ver los techos de las casas de nuestros vecinos que eran todos en latas viejas como nuestra casa, también podíamos ver en el lote restante de nuestra vivienda, aquellos verdes acompañantes que muchas veces yo pensé que eran policías o soldados todos se veían bien formados en líneas rectas y cada seis meses disfrutábamos de su sabroso fruto, claro era el maíz que mi madre sembraba, también encontrábamos matas de Abas, fríjol arveja y papa, este cultivo parecía un verde cuartel pero luego de nuestro juego diario llegaba el momento de la angustia; mi madre llegaba cansada, nosotros no habíamos cumplido todas las tareas que ella nos había dejado, prorrumpía en insultos y correazos contra nosotros, pero yo era la mayor y era a la que mas castigaba.
Cuando mi madre estaba en casa, era algo desesperante, todo el día esta maldiciendo y por cualquier cosa nos daba correazos nosotros habíamos aprendido acerca de Dios lo que ella nos enseñaba o lo que nos enseñaba en la escuela, también me gustaba ir a misa y escuchar las historia de la Biblia que el sacerdote contaba, pero yo siempre le pedía a Dios que hiciera un milagro para cambiar a mi madre, la cual vivía desesperada por que mi padre nos había abandonado, a ella le tocaba toda la carga y la responsabilidad de criarnos.
Un día llego a la puerta de nuestra casa, una joven vecina la cual nos invitaba a ver un hermoso libro de muchos colores que contaba las historias de la Biblia, la Palabra de Dios; también nos enseñaba canciones hermosas de alabanza a Dios, entonces en las tardes cuando salíamos de la escuela, esperábamos con ansias la llegada de Rosita que tenia unos 12 o 13 años de edad, nos leía diariamente una historia, cantábamos y también nos enseño hablar con Dios, muchas veces llorando le mostré los latigazos que mi madre nos daba y le dije que nos ayudará a pedirle a Dios para que mi madre cambiara, poco a poco el viejo escaño que teníamos en patio de la casa se fue llenando de muchos niños vecinos, que llegaron a escuchar las historias a cantar y a orar a Dios. Cuando mi mamá llegaba, yo le contaba la historia del día, mientras hacia los oficios cantaba con mis hermanitos la canciones y poco a poco fueron desapareciendo la maldiciones de mi madre, al correr de dos años yo ya me sabia muchas historias y le dije a la niña que en donde había comprado ese libro, que yo quería comprarme uno igual, entonces empecé a pedirle a Dios que me diera un libro como ese. Mi madre un día después de escuchar tantas historias que yo le contaba dijo que quería conocer a dicha jovencita y así fue que la invitamos un día almorzar, mi madre le hizo muchas preguntas y asombrosamente esta niña tenia las respuestas para todas, entonces mi madre le dijo que quería tener una casa mejor, por que estaba cansada de buscar latas viejas y tapar las goteras, entonces la niña le dijo que si le hablaba a Dios todos los días El podía hacer un milagro, mi mamá le dijo a la niña que si podía ir de noche a leerle las historias y así fue como todas las noches esta niña llegaba con su mamá para leernos las historias, nosotros también invitábamos a los vecinos y luego mi mamá dijo que las historias eran muy corticas, entonces la niña le dijo que las historias mas largas estaban en la Biblia de adultos, mi mamá le dijo que quería tener una Biblia de adultos para conocer mas afondo las historias. La señora Cecilia la mamá de Rosita se puso feliz y le dijo que iba hacer el esfuerzo de conseguirle una Biblia; para este tiempo ya nos reuníamos unas 30 o 40 personas en nuestra casa y Rosita era nuestra maestra.
Mi madre había cambiado tanto que en el trabajo los patrones empezaron a darle mercado, un día vinieron a nuestra casa con unos albañiles, quitaron el viejo techo de latas y colocaron un techo de teja de eternit, mi madre lloraba y no podía creer; Dios había hecho el milagro. Cada día mas vecinos llegaban a nuestra casa, de la iglesia donde asistía Rosita vino a visitarnos el pastor y cuando vio el grupo y la incomodidad para reunirnos dijo que la congregación nos ayudaría con una tejas de Zinc ‘para que pudiéramos estar mas cómodos mi madre se preparó para el bautismo y algunas vecinas que habían visto el cambio en mi madre, también se prepararon para el bautismo; de la iglesia donde asistía Rosita mandaron unos escaños largos para que todos los que nos reuníamos, estuviéramos cómodos, hoy en día entre todos los vecinos compramos un lote y construimos un templo mi padre volvió al hogar por nuestra oraciones y nos ha ayudado a construir la casa. Cristo vive en nuestro corazones y somos felices. Rosita recibió un diploma por ser una misionera, ya que con su enseñanza sin darse cuenta, fundo una Iglesia.
Rosita Gómez con nuestra ayuda iba a barrios vecinos donde vivían nuestras compañeras a leer historias bíblicas y hoy luego de 10 años esos grupos de lectura de historias bíblicas, son hermosas iglesias.
3- DE EMPLEADA DOMESTICA A PASTORA
A la iglesia donde asistía venían muchas personas dando testimonio de cómo Dios los había usado para abrir una nueva congregación, pero yo solo le hablaba a mis vecinas de Cristo y las invitaba a la Iglesia; los problemas de pagar el arriendo, sostener y sacar adelante a mis hijos no me dejaba pensar en nada mas. Mi esposo me había abandonado, tuve que asumir el papel de mama y papa; cuando ya creí que no podía más y quería sucumbir por la carga tan pesada, conocí a Jesucristo como mi ayudador, padre, esposo, rey, salvador y todo cambio en mi vida y mi familia. Poco a poco mis hijos crecieron, formaron sus propios hogares; entonces quede sola y se me abrió una puerta para viajar a España a trabajar en una casa de familia, ganar algo y así poder seguir ayudando a mis hijos. Allí en aquel país fui conociendo otras personas Colombianas y latinoamericanas con las cuales nos fuimos reuniendo a menudo y ellas me contaban sus problemas entonces aprovechando esto empecé un estudio bíblico en mi cuarto y cuando ya no cabíamos salimos a reunirnos en un parque, pero los vecinos se molestaron por nuestros cantos y tuvimos la necesidad de conseguir un local para seguirnos reuniendo. Dios me ha usado como nunca creí que fuera capas yo de servirle, hemos ganado muchas almas para Cristo, ahora somos una de las iglesias de AMIP en España y yo la pastora; porque cuando uno se dispone en las manos de Dios para servirle, no importa la edad, ni la capacidad intelectual, porque el Espíritu Santo nos da la sabiduría para ser sus ministros. Gracias por su ofrenda misionera, con ella compramos las sillas donde nos sentamos y con tu ofrenda misionera pagamos parte del arriendo del local en el cual nos reunimos, colombianos, peruanos, ecuatorianos, Puertorriqueños, panameños etc. Que servimos y adoramos a Dios y estamos sembrando la Palabra de Dios aquí en España.
4- SALVADO DE UNA TRAMPA MORTAL
Soy una anciana y quiero contarles algo maravilloso que me sucedió.
En mi iglesia solo ayudaba a limpiar el polvo de las bancas, mi joroba, mis dolores y vejez no me permitían ayudar en la obra del Señor. Conocí a Jesucristo como mi rey y salvador por una enfermedad que casi me quita la vida; Dios me sano por la oración de una de mis vecinas que era cristiana, ¡Gloria a Dios! El me sano y tome la decisión de entregarle mi vida, pero ya tenia 65 años de edad. Yo pensaba y decía: Lastima no haber conocido la Palabra de Dios cuando era Joven, ahora ya estoy vieja y no puedo servir mucho a mi amado Señor.
Pensando todos los días que era una vieja, que no podía ya servir en la obra de Dios, un día tuve un sueño que cambio mi vida. Soñé que estaba en un paraje selvático, yo volaba sobre un camino muy transitado; de pronto apareció un hombre joven, muy fuerte que alegremente iba cantando una canción a Dios y llevaba su Biblia debajo del brazo e iba a enseñar la Palabra de Dios a una tribu, de pronto el piso del camino se rompió y este hombre cayo en una trampa que las hormigas carnívoras, llamadas come tigre, habían hecho para cazar un gran animal y devorarlo; con la tristeza que fue un misionero Cristiano el que cayo, para ser presa de dichas hormigas. Quise ayudarlo; pero el no me oía, ni yo podía tocarlo. Entonces empecé a orar y clamar a Dios que lo ayudara. Cuando yo oraba, el recibía fuerza y trataba de prenderse por las paredes del hoyo, cuando yo dejaba de orar volvía a caer en el fondo; entonces empecé a interceder fuertemente sin parar y el misionero pudo salir del hueco, pero sangraba de su cara sus manos y pies; él se revolcó en el piso y a manotazos mato y se libro de las hormigas que habían quedado prendidas a su cuerpo. Yo oraba intensamente, cuando lo hacia aquel misionero recibía fuerza, caminaba chorreando sangre y a si lo apoye hasta que llego a la tribu donde fue auxiliado. Con esta angustia desperté.
Un día vino a predicar un misionero a mi iglesia y cuando paso al frente, yo lo conocí; era el misionero por el cual yo había intercedido en sueño, vi sus cicatrices en su cara y en sus manos. Luego el contó su historia de cómo Dios lo había salvado de ser comido de las hormigas carnívoras de una forma milagrosa.
Después de este suceso comprendí que debía orar e interceder y que ese era el trabajo y ministerio que Dios tenía para mí; que aunque fuera una anciana, mi intercesión por los pastores, maestros, evangelistas y misioneros, es vital para que ellos puedan desempeñar su ministerio.
6- MI PEQUEÑO NEGOCIO PROSPERO
Siempre soñé con ser la dueña de un almacén de libros y papelería, que llegara a ser auto servicio y tener libros cristianos y Biblia para que mis vecinos fueran ayudados con la literatura cristiana; pero mis recursos eran las cesantías de 3 años de trabajo en una gran librería y papelería; tan pocos eran que solo pude colocar una pequeña vitrina en un muy pequeño local.
Una jovencita de mi iglesia que era maestra de Escuela Dominical recibió el llamado de Dios para viajar al Amazonas a predicarle el evangelio a las tribus de indios que para mi son seres humanos y necesitan el evangelio de Cristo y ser libres de todos los que los explotan y los esclavizan con mentiras engaños e incluso con violencia.
Cuando nuestra joven misionera fue a salir yo sentí de Dios darle una caja de colores de 40 algunos cuadernos y cartulinas que de pronto allá le servirían de mucho.
También le dije que le daría un 5 por ciento de las ganancias de mi negocio y que yo se los enviaría o se los guardaría para cuando regresara.
Pasaron los años y nunca se volvió a saber de dicha joven; algunos opinaban que tal ves los brujos la habían envenenado; otros decían que posiblemente la habrían atravesado con una flecha; que los explotadores de los indios la habrían matado de un tiro o que un tigre la hubiese devorado.
Pasaron 15 años y aunque mi pastor busco noticias de ella con misioneros que estaban en países de la zona amazónica no recibió ninguna noticia.
Un día la joven apareció allí en nuestra iglesia y con mucha alegría nos contó como enseñaba a leer y escribir dichos indios y también les enseñaba la palabra de Dios, nos contó como comía lo que ellos comían y vestía con ropa que ellos hacían de cortezas de árboles y fibras vegetales. Trajo dibujos de paisajes que ella misma había dibujado de la selva y los diferentes lugares donde ella había estado y conocimos los indígenas que ella había retratado con su gran talento de dibujante.
Llame a nuestra valiente misionera, le entregue toda la promesa misionera que le había guardado en los quince años, le conté como la gente entraba a mi librería y papelería sin cesar; como Dios me había prosperado tanto que el edificio donde tenia mi negocio, ya lo había comprado, tenia varios empleados, ahora mi negocio es autoservicio como lo había soñado y que seguiría guardándole el 5 por ciento de la ganancia de este, para apoyarla en su labor misionera en la selva y que yo sabia que Dios me prosperara mas y mas para poderla apoyar con mas dinero.
Yo siembro mi ofrenda misionera mensual, en la selva del Amazonas y Dios me prosperara a medida que los indios conocen la Palabra de Dios.
7- CANIBALES EN LA SERRANIA DE LOS MOTILONES
Estudie idiomas y el idioma que mas me gustaba era el idioma latín y llegue a hablarlo perfectamente siendo el ingles mi idioma materno pero también entendía otros idiomas europeos, mi padre era banquero y el sueño de él era que yo llegara a estudiar alguna carrera financiera y mi futuro también era ser gerente de un banco. A mi no me gustaba tanto las carreras financieras pero por darle gusto a mi padre en el futuro podría haber estudiado dicha carrera y hubiera llegado a ser lo que mi padre soñaba.
Un día un amigo me compartió de Cristo y deje la vida religiosa para convertirme en un hijo de Dios, dispuesto a realizar su voluntad. El Espíritu Santo me lleno y un día me llamo a una tribu desconocida de indios, los cuales se creía eran caníbales; ya que nadie había tenido contacto con ellos y no permitían que nadie entrara a su territorio porque desaparecía.
Cuando conté mi llamado a mis padres ellos se enojaron y mi padre me echo de la casa y tuve que ir a vivir en el cuarto de mi hermano en cristo que era mi padre espiritual.
En la iglesia donde ahora asistía en mi nueva vida con Cristo conté y ellos hicieron promesas de fe para que yo pudiera viajar y llevar lo necesario para llegar a Sur América y cumplir su voluntad.
Como el dinero era muy poco tuve que trabajar enseñando ingles en la universidad de Caracas Venezuela y como dormía en el hotel universitario.
Un día unos compañeros de piso, en una salida al mar trataron de ahogarme por ser yanki por que los estudiantes eran marxistas. Cuando ya pensé morir, me pude librar de sus manos; pero tuve que tener mas cuidado con ellos. Espere que los hermanos que prometieron su ofrenda me enviaran el dinero; pero no cumplieron y tuve que arriesgarme a vivir con aquellos que odiaban a los norteamericanos con el peligro de ser asesinado por ellos. Con lo primero que me pagaron en la universidad, viaje al río Zulia alto y busque el contacto con dichos indígenas, dejándoles regalos en sus caminos; pero pronto a cambio de los regalos, enterraban flechas, entonces yo las arrancaba, las colocaba junto a los regalos y así dure varios días hasta que se me acabaron los regalos; pero nunca pude verlos. Cuando estaba colocando el último regalo oí un ruido y al levantar la vista; estaba rodeado por los Motilones, los cuales me miraban con cara de pocos amigos y empezaron a gritarme con rabia pautándome con sus arcos y flechas. De un momento a otro un dolor agudo y terrible atravesó mis caderas de lado a lado y rápidamente al mirar que había sido, quede horrorizado al ver la flecha que me había atravesado la cadera; del dolor y el terror de la muerte a flechazos, caí al piso tratando de decirles en todos los idiomas que conocía, que yo venia a ser su amigo que no me mataran; pero ellos no entendían nada. Ellos hablaban en su idioma y note que discutían con el hombre cara cortada que era el que me había disparado el flechazo, él quería seguir disparando sus flechas y rematarme; pero los otros se lo impidieron; entre dos me levantaron y a rastras me llevaron por la selva durante dos horas, entre tanto que el dolor se me hizo mas fuerte; hasta que llegamos a una gran casa de mas de 10 metros de alta donde vivían varias familias en hamacas colgadas, había un olor fétido e insoportable, pues ellos hacían sus necesidades fisiológicas en cualquier lugar dentro de la misma casa. Pusieron unas mujeres para que me vigilaran pero no me ofrecían nada de comer. El dolor era espantoso y a medida que pasaban las horas era mas agudo; un niño como de ocho años me miraba desde lejos, me tiraba palitos y me sonreía; poco a poco fue venciendo el miedo, se fue acercando a mi y como a los tres días de estar allí me ofreció un gusano y me hizo señas de que me lo comiera. Así el me traía gusanos comestibles, carne de mico sancochada y en un jarro de barro agua.
Tenia que hacer mis necesidades delante de las mujeres que me vigilaban y busque un sitio no muy lejos de donde estaba pero fuera de la casa, las mujeres me seguían y se me acercaban para evitar que me escapara. Las heridas se infectaron, la fiebre empezó a hacerme ver visiones; el dolor era implacable y perdí la nocion del tiempo.
Borrosamente veía al niño que se acercaba a mi ofreciéndome agua y carne; pero yo ya no tenia fuerzas de levantar los brazos para recibírsela y comerla, Un día estuve un poco mejor entonces tome la dedición de escaparme en la noche. Como me vieron moribundo ya no me custodiaban; entonces en la noche antes que me iniciara la fiebre y cuando todos dormían, arrastrándome escape, por el mismo lado donde habíamos llegado a la gran casa. Toda la noche me arrastre, aun cuando la fiebre me embargo, veía alucinaciones pero el instinto de conservación me impulsaba y arrastrándome logre llagar como a las seis de la mañana a la orilla del río y perdí el conocimiento por la fiebre y el cansancio después de toda la noche hacer semejante esfuerzo.
Me despertó de pronto un ruido y con esfuerzo me concentre para saber que era y oí que eran hachazos de trabajadores que tumbaban árboles entonces con el poco aliento que me quedaba pedí auxilio gritando tres veces en español, tres en ingles y tres en alemán, al terminar me desmaye. Cuando desperté estaba en un hospital y la gente hablaba en español, La enfermera me preguntaba como me llamaba, yo viéndola borrosa le di mi nombre, me dijo que le diera la dirección y el teléfono de mis familiares pero por miedo a que me deportaran no hable mas. Con el paso de los días me fui mejorando y dijeron que por ser indocumentado me deportarían a los Estados Unidos. También me dijeron que de milagro me había salvado que si hubiera pasado un dia mas en la selva había muerto. Pero yo en sueño veía a Jesucristo decirme que yo tenía que enseñarle su evangelio a los motilones. Un día en un descuido me escape por una ventana, volví al río Zulia y volví a la selva. Ande varios días y durmiendo en mi hamaca colgada de dos árboles. Un día cuando caminaba nuevamente, aparecieron los Motilones, al acercarse apuntándome con sus flechas al reconocerme quedaron asombrados; dejaron de apuntarme; uno de ellos se acerco, me bajo el pantalón y reviso mi cadera, al ver las cicatrices del flechazo quedo admirado me tocaban por todas partes y discutían entre sí entonces el cara cortada nuevamente levanto su flecha apuntándome pero los otros lo agarraron y no lo dejaron dispararme y le decían con gritos muchas cosas en su idioma. A regañadientes bajo la flecha… me miraba con odio y luego a empujones me hicieron ir adelante por el camino que llevaba a la gran casa. Viví con ellos, me hice amigo del niño llamado Bobarichora, aprendí a hablar el idioma, conocí sus costumbres, creencias y a los cinco años me gané a Bobarichora para Cristo y luego a los dos años, él se gano toda la tribu. En este proceso gaste 10 años y luego teníamos el trabajo de ganarnos los otros cuarenta o cincuenta caseríos. Quiero aclarar que los Motilones nunca han sido caníbales solos que los blancos tenían este concepto.
Regrese a mi país, conté como Dios me estaba ayudando y mi pastor vio las cicatrices de mi flechazo, el me presento con otros pastores y conté mi testimonio en muchas iglesias. Dios me dio muchas ofrendas para comprar todo lo que necesitaba para regresar; mi gobierno me ayudo para arreglar mis documentos y regrese a la selva Colombiana en la serranía de los motilones.
Hoy después de cuarenta años, le doy gracias al Señor Jesucristo, pues ganamos todos los Motilones para Cristo, organizamos escuelas, hospitales y con el evangelio hemos llevado a dicha comunidad hacia el progreso.
Muchos hermanos han ayudado con sus ofrendas misioneras.
Con tu ofrenda misionera mensual muchos indígenas que no conocen a Cristo llegaran a conocerlo.
7- UN NIÑO BLANCO ENTRE LOS CANIBALES
La algarabía crecía y las flechas disparadas por los arcos de cientos de indios caníbales yali de Papua o nueva Guinea. Yo observaba como las flechas subían pero no nos tocaban y nosotros estábamos en el saliente de la roca de aquella pared de piedra de mas de 600 metros de altura y nos encontrábamos como a cien de altura de ellos.
Yo estaba embadurnado de manteca de cerdo y tizne y un poco asustado de caer al abismo, pues si caía moriría en el acto; ¿como subieron allá? bajen por que vamos a comerlos asados con yuca plátano, batatas y sagú.
Yo era un niño huérfano en esta inmensa selva de enormes montañas y allí en aquel valle había mas de mil casas y por lo menos unas tres mil personas caníbales.
Usted se preguntara como llegue allí. Mi padre y mi madre recibieron el llamado misionero y con mi hermanita fuimos a Canadá a estudiar en un seminario bíblico misionero.
El director y los profesores no querían recibir a mis padres, como alumnos por llevarnos a nosotros sus hijos; pero fue tal el ruego de mi padre y mi padre que por fin los aceptaron y nosotros asistíamos a clases con ellos; yo contaba con siete años y mi hermanita seis. Nos dieron cuadernos, nosotros escribíamos y dibujábamos todo lo que entendíamos de las clases y procurábamos portarnos bien. Allí duramos tres años y graduaron a mis padres; pero a nosotros no nos graduaron por ser niños.
Ese mismo día de la graduación, el director dijo que de los graduandos, necesitaba una pareja de misioneros que quisieran ir a Nueva Guinea, para reemplazar al misionero Stan Dale a quien lo habían devorado los caníbales. Mi padre muy emocionado levanto su mano; con poco gusto de mi madre. La agencia misionera nos proveyó todo lo que necesitábamos, luego de despedirnos de todos nuestros familiares y hermanos en Cristo, viajamos en un avión hasta Nueva Guinea, de allí a la tribu nos fuimos en una pequeña avioneta de un solo motor, hasta el sitio donde había estado el misionero Stan Dale. Era maravilloso, ver todas estas montañas y los caseríos indígenas, confundiéndose entre la niebla; cuanto mas altura alcanzábamos mayor era la niebla y parece que el piloto se perdió; con mi hermanita nos hacíamos señas, para mostrarnos algo raro que viéramos y mis padres se veían un poco preocupados; pero no hablaban pues el ruido del motor no dejaba oír.
De pronto todo se hizo oscuro, caí en una fuerte oscuridad. Cuando volví en si, estaba metido en la cola del avión incrustado entre el equipaje y comprendí que nos habíamos estrellado. Salí rápidamente y corrí; nos habían enseñado que en caso de que nuestro avión llegara a caer y alguno quedara vivo debía correr; pues el avión estallaría en llamas. Allí desde la distancia vi a mi padre, a mi madre y a mi hermanita, como también el piloto, destrozados entre las latas retorcidas y solo yo había quedado vivo en esa selva.
Alcancé a correr unos treinta metros cuando la retorcida y destrozada avioneta estallo en llamas y allí llorando vi como lo todo lo que mas amaba había sido consumido por las llamas; luego empecé a gritarle a Dios, porque me había pasado esto a mi y porque había permitido esto; yo solo contaba con once años y el deseo de mi padre, made y hermanita como el mío era enseñar la palabra de Dios a otros.
Estando llorando y gritándole cosas a Dios, de pronto… vi un hombre como de mi estatura de color negro, totalmente desnudo, que con un arco y flechas se me acercaba; en el pequeño espacio de esta encrucijada de montañas, corrí y trate de evitar que este hombre me cogiera, me hice al otro lado del fuego de la avioneta pero este hombre corría y quería cogerme. Ahora lo pude ver mejor tenia un collar de colmillos de animales, una diadema y atravesada la nariz con un Colmillo grande; corrí y corrí, alrededor de la candelada; pero este hombre no desistía y el calor y el cansancio me venció y ore: Dios mío; te ruego que no vaya a sufrir cuando este hombre me mate, para devorarme. Me aleje del fuego y exhausto me deje atrapar por aquella bestia humana.
Este extraño ser me miraba y me decía muchas cosas en un idioma desconocido; luego suavemente me tomo de la mano, me indicó un sendero y caminamos por el entre la vegetación, esto era la unión de dos montañas; yo empecé a sentir frió entre tanto caminábamos; luego pasamos por un túnel mas frió y salimos a otra encrucijada dentro de las mismas montañas solo que era un pequeño valle de unos dos kilómetros de largo por uno de ancho, Allí había solo una choza. Ya empezaba a oscurecer, caminamos por entre arbustos y llegamos; era de forma rectangular la vivienda, había una estera en el piso un fogón, unas ollas de barro, unas tazas y platos del mismo material, chuzos de diferentes formas, grosores y tamaños; colgados en las paredes de trozos de varas. No había nada mas ni nadie mas en esa casa, de unos dos metros de ancho por cuatro de largo. El hombre me miraba con una sonrisa franca, se acerco al fogón, donde había unos tizones de madera y los soplo. pues todavía había fuego en ellos y prendió la llama; coloco una olla con una colada; la calentó y en unas tasas decoradas de extraños dibujos, tomo primero él y me hizo señas que tomara. Con todo lo sucedido, yo tenia hambre; ore a Dios para que bendijera este alimento y no me fuera hacer daño; a soplo y sorbo tome, luego entre tanto tomábamos, metió al fuego, debajo de las cenizas, unas pepas, luego tomo carne que colgaba sobre el fogón, la aso en el fuego y me dio a comer, saco las pepas de la ceniza le quito el pellejo, comió y me hizo señas que comiera. El recuerdo de haber perdido mi amado padre, mi maravillosa madre y mi amorosa hermanita, me hizo llorar mientras comía. Aquel extraño hombre se acerco, me abrazo y hablando cosas incomprensibles, trato de consolarme; yo seguí comiendo entre sollozos; le dije a Dios que yo estaba en sus manos y aceptaría cualquier condición en la que El me permitiera estar; que si me daba la oportunidad, yo enseñaría su palabra aquel hombre. Aquel aborigen seguía hablándome y hacia muchos movimientos. Observe la casa de nuevo, vi que su techo era de hojas de palma, el piso era en tierra, pero bien parejo y estaba muy limpio, en un rincón vi una escoba de ramas; pero no se veía nada mas. Las pepas que comíamos eran batatas asadas, sin sal y la colada era de sagú; pero sin dulce y la carne, ¿de que seria la carne? Era amarga pero luego de masticarla le encontraba un rico sabor aunque sin sal. Entonces, con la poca luz que daba el fogón, observe los trozos de carne que colgaban del fogón y vi que todavía quedaba la cabeza de algo; pero con la oscuridad no veía bien. El hombre comprendiendo que yo quería ver la carne, salio fuera de la choza, regreso con dos trozos de leña, avivo el fuego, dando las llamas mas calor y luz; entonces volví a observar y pude ver que la cabeza era de cerdo salvaje y me tranquilice por que por un momento pensé que la carne que me estaba comiendo, fuera de humano.
Esos primeros tres días fueron de llanto, recordando todos los momentos maravillosos pasados con mi amada madre, mi padre siempre nos llevaba en su viejo y muy bien cuidado carro a la iglesia él decía que me lo enseñaría a manejar cuando creciera. Mi hermanita era muy cariñosa, siempre habíamos jugado juntos sin nunca separarnos y ahora no los volvería a ver en esta tierra; los había perdido, mi esperanza estaba en Cristo y Volverlos a ver en el Reino de Dios en el cielo.
Este extraño ser me observaba, me tocaba, miraba mi cabello dorado, lo comparaba con el suyo negro y crespo. Estos días habían sido fríos y nublados, dormíamos en las esteras, nos cubríamos con unos cueros como de oso, los cuales colgaba en el día en unos ganchos de la pared. El cuarto día fue soleado, salimos felices a tomar el calor del sol. Aquellas Montañas eran enormes y había mucha selva alrededor, de un valle de pasto como de diez hectáreas alrededor de la choza. Mi anfitrión caminaba adelante, me hizo señal que lo siguiera y al terminar el valle seguimos por la selva hasta llegar a un hermoso lugar, donde había una cascada, un poso de agua y rodeado de muchas flores; había rocas planas de color gris claro, alrededor y parecía una piscina redonda como si alguien la hubiera construido para nosotros. Yo sabia nadar entonces me quite el pantalón y me lance al agua seguido por el aborigen que sonreía al verme contento. Tomábamos el sol sobre las rocas; en una ocasión me recosté para mirar el cielo que hoy se veía azul, atravesado por una que otra nube muy blanca, allí en el cielo esta Dios sentado en su trono de gloria y mi familia con él pensaba. En esto apareció mi caníbal con frutas que recolecto en los árboles y me hizo señas para que comiera; en estos cuatro días me ha dado tanta comida, que debe querer engordarme para luego comerme asado con batatas.
Al llegar de nuevo a la choza, mezcló hollín negro, manteca de cerdo salvaje, me untó desde la cabeza hasta los pies; quede embetunado, totalmente negro y este ritual se repetía todos los días cuando íbamos a salir de la choza; yo pensé que tal vez era un condimento para que mi carne supiera mejor.
Todo lo que tenia en el bolsillo, era un nuevo testamento pequeño, lo saque, empecé a leer y dure una media hora leyendo; entonces el hombre se acerco a mirar, por que yo miraba tanto el libro. Pensé; bueno, si este hombre planea comerme, entonces antes que lo haga yo tengo que enseñarle el evangelio del señor Jesucristo. Así que empecé cogiendo agua, mostrándole haber que sonido hacia y yo con una piedrita escribía el sonido, en la piedra de la orilla, esto le gusto al indígena y así todos los días empecé a aprender palabras del idioma que hablaba.
Los tres meses siguientes fueron muy lluviosos, la pasábamos solo comiendo, también tratando de aprender nuevas palabras y en las noches mi compañero de choza, no se como salía de cacería y volvía con animales muertos, los arreglaba y su carne la colgaba del techo sobre el fogón. Cuando no llovía; salía a buscar batatas y mientras estaba conmigo practicábamos palabras de su idioma, las cuales yo escribía con un palito en el suelo.
A los seis meses ya pude comunicarme con el y le conté lo que me había sucedido, le pregunte por su familia, él me dijo que lo habían echado de su comunidad por no comer carne humana y no gustarle la guerra; esto me alegro mucho. El me pregunto que miraba en el libro del nuevo testamento y le dije que así nosotros guardábamos nuestras historias.
Le conté todas las historias del antiguo testamento en orden y luego las del nuevo testamento, lo acompañaba a la huerta para arrancar la hierba, que quería ahogar las matas de batata, También lo acompañaba a la cacería, en los días soleados nos bañábamos en la maravillosa cascada y me recostaba sobre las planas rocas para observar las películas de los habitantes de las nubes.
Así transcurrió un año y de vez en cuando me hacia repetirle las historias que mas le habían gustado; entonces tome la decisión de volverle a contar todo desde Génesis hasta el Apocalipsis en orden. Así trascurrió otro año el me hacia muchas preguntas y yo se las respondía.
Pasado un año y medio, un día amaneció feliz y alegre, de vez en cuando me abrazaba; pero en este día me levanto en sus fuertes brazos y me dijo que había hablado con Jesús, que lo había mandado a contarles todas las historias a sus familiares. Entonces me dijo que me quitara los pedazos que quedaban de mi pantalón y me vistió como él; me puso un collar de colmillos de cerdo y con fibras de palma me hizo una diadema; me embetuno con mucho cuidado y para este tiempo el también me había contado todos los mitos y leyendas de su cultura. Yo conocía a sus jefes por los relatos que me había hecho de ellos. Este hombre se había convertido en mi padre, mi madre y yo en su hijo; ¡Gloria a Dios!.
Me dijo que tendríamos que caminar medio día y que en la noche dormiríamos allá, en una cueva. Entonces llevo consigo su arco, sus flechas y las cobijas, que eran unas pieles de algún animal muy grande y peludo.
Caminamos por un estrecho sendero de salida de rocas y como al medio día, llegamos al saliente de una gran roca que parecía una nariz y desde allí podíamos ver el valle lleno de chozas, cien metros abajo; él grito y todos salieron de sus chozas; les dijo su nombre y los saludo. Cientos de guerreros salieron corriendo hacia nosotros. Miré bien; no había por donde subieran a nosotros; mi padre adoptivo siguió hablando. A la pata de la peña, llego el jefe y le dijo: ¿De donde ha sacado ese niño que lo acompaña?; pero mi Aborigen empezó a contar desde Génesis la historia del creación. ¡Cállese no nos cuente eso! Pero mi protector seguía; entonces empezaron a dispáranos flechas, pero ninguna alcanzaba a llegar hasta nosotros; algunos trataron de prenderse por la pared de la peña pero tampoco pudieron. Cansados de disparar, se fueron sentando en el suelo y así por fin escucharon, hasta cuando ya se oscurecía; mi padre adoptivo paro de hablar y me dijo que fuéramos a dormir. Con mucho cuidado caminamos por el estrecho y peligroso sendero hasta llegar a un sitio de una grieta donde había una caverna, allí tendió las pieles y me dijo que me recostara. Yo estaba feliz por el milagro que había visto en este día y pensé que mi padre, mi madre, mi hermanita y Dios estarían felices de mi trabajo; que cuando se enteraran de el instituto Misionero estarían felices de su niño alumno.
Tres días duro mi padre adoptivo contando las historias de la Biblia, hasta llegar al Apocalipsis. En las mañanas salía de la caverna y cuando volvía con deliciosas frutas de matas de la peña, gusanos como mantequilla, lagartos e iguanas. Sacó fuego frotando unos palos y asaba los animales que traía.
Caminamos de nuevo medio día, por el peligroso sendero hasta nuestra choza. Seguí aprendiendo con mi padre indígena, el idioma yali y como dos meses después volvimos a la nariz de la peña; cuando mi padre grito, toda la gente de la tribu volvió a salir, corrieron hasta el pie de la peña y mi padre adoptivo empezó a contar nuevamente desde Génesis hasta Apocalipsis; tres días duro contando de nuevo las historias; pero ahora con niños, jóvenes ancianos y guerreros todos estaban sentados en el suelo escuchando la Palabra de Dios.
¿De donde saco ese niño y quien te contó estas historias? mi aborigen no contesto volvimos a la choza; como a los seis meses volvimos a la nariz de la peña que daba al valle yali, mi padre adoptivo volvió a gritar, en esta ocasión salieron solo los guerreros y frente a ellos el cacique.
Tímidamente salieron detrás, los ancianos las mujeres, los niños y se mantuvieron lejos.
Hoy te vamos a matar con ese niño dijo el cacique y empezaron de nuevo a dispararnos flechas; pero ninguna alcanzaba a llegar donde nosotros estábamos.
Cuando se cansaron de dispararnos, mi padre adoptivo dijo: ¿Se acuerdan de la historia que contaban nuestros ancianos, de que en un pájaro del cielo vendría un niño y que ese niño nos traeria el mensaje de Dios? --Si.—Dijo el cacique.—Pero la historia dice que el niño seria blanco, de cabello dorado y ese niño que usted tiene es negro--, Mi padre adoptivo tomo un cuero de los que habíamos llevado como cobija, me limpio la manteca de cerdo con hollín; cuando todos vieron que yo era blanco y rubio quedaron asombrados, todos hicieron reverencia, tocando el suelo con sus frentes.
¡No yo no creo eso, hasta que vea el pájaro del cielo!. Dijo el cacique.—Bueno mañana nos encontraremos donde se unen las dos peñas y los conduciré hasta el pájaro. Solo vendrá el cacique y diez ancianos--. Afirmo mi caníbal.
Al otro día caminamos, hasta llegar cerca de la cascada, nos metimos por entre unos árboles y allí, había un sendero oculto que nos llevo hasta la unión de las dos peñas y salimos al valle por entre unos matojos, al caminar como cinco cuadras, salimos al camino de todos los caníbales. Allí estaba el cacique y los diez ancianos. El jefe estaba furioso, amenazante con su arco y sus flechas. Sino es cierto que existe ese pájaro de los cielos yo mismo los mataré y los comeré con batatas. Los ancianos estaban sorprendidos de verme, se acercaron y me tocaron por todas partes.—Vamos de una vez—dijo mi padre adoptivo y los guió por entre los matojos, los condujo por el oculto sendero y salimos a la cascada de nuestra piscina. El cacique y los ancianos sorprendidos observaban la belleza del paraje, luego seguimos caminando hasta llegar donde estaban los restos de la avioneta y llegando vieron que realmente era una avioneta. Ellos llamaban a los aviones pájaros del cielo.
Al ver los restos de la avioneta, el cacique empezó a temblar y cayo de rodillas.—Dios esto es cierto, se cumplió la profecía. Dios te recibo como el cacique de mi vida, perdóname todo lo malo que he hecho.
Viendo esto los ancianos, también cayeron de rodillas y con lagrimas en sus ojos aceptaron a Cristo como el cacique de su vida.
Nos llevaron al caserío, nos dieron la choza mas bonita, todos nos traían frutas y comida en cantidad. Yo le dije a mi padre adoptivo, que teníamos que hacer una casa grande, donde pudiéramos reunir a todos los habitantes del valle para estudiar la palabra de Dios. Cuando mi padre adoptivo hablo con el cacique, inmediatamente se inicio la construcción del templo y en ocho días ya lo estábamos estrenando. Les enseñé los himnos y los coros que sabia de memoria. Al año bautizamos a los primeros Cristianos e Hicimos la primera Santa Cena con pan de sagú y agua; establecí, a mi padre adoptivo como el primer pastor y empezamos a preparar diáconos para que ayudaran a adoctrinar.
Cuando cumplí cinco años de estar allí, un día llegaron del valle de abajo, los misioneros que habían reemplazado al misionero Stan Dale, quedaron sorprendidos porque estábamos en culto; desde unos dos kilómetros oyeron nuestros himnos al señor. Cuando llegaron y me vieron no sabían quien era yo; no me reconocieron y cuando les conté todo lo sucedido, lloraron me abrazaron y reconocieron que yo era el niño alumno de la escuela misionera.
Dios tenia todo preparado, para que yo fuera el misionero que debía llevar la salvación, al tercer valle de los Caníbales yali de nueva guinea o Papua en Indonesia.
8- EL DOLOR DE UN HIJO
Nos encontramos gimiendo, por gran numero de seres olvidados, semi desnudos; que se movían por entre los árboles en la espesura de la selva y en sus chozas solo se veía una escopeta vieja, una hamaca con su toldillo, unas ollas viejas, unas tasas de barro y la riqueza mas grande, una canoa de madera para movilizarse por los ríos. Solo tenían dos mudas de ropa vieja, la cual cuidaban con esmero, para ir al pueblo o cuando llegaban personas blancas a su caserío.
Nuestros oficiales nos habían dicho, que creían que nosotros éramos la pareja ideal para ir y llevarles el evangelio de poder; pero nosotros varias veces no rehusamos, explicando que no teníamos ese llamado de Dios.
Poco a poco Dios nos mostró en visiones, la necesidad de estas gentes indígenas y la carga por ellos nos fue agobiando, hasta que tomamos la decisión de ir a la selva.
Muchos hermanos prometieron ayudarnos mensualmente con ofrendas, pero todo se quedo en promesas; entonces coloque con mi esposa, un pequeño negocio de venta de ropa barata y con lo poco que producía, luchábamos para sostenernos. A pica y con mucho sudor, sembré una huerta de yuca, plátano, árboles frutales y todo lo que podía para podernos alimentar mi familia y luego iniciamos la construcción del templo. No fue fácil, pues no teníamos creyentes; pero ¡Gloria a Dios! poco a poco, Dios nos fue dando hijos espirituales.
Mi esposa Berlides con mucho amor y entusiasmo realizaba su ministerio de esposa del pastor; pero el clima tropical le fue enfermando y pronto nos dimos cuenta que estábamos esperando nuestro primer hijito, yo lo anhelaba, hasta lo imaginaba caminando y alegrando nuestra vida. Trabaje con mas ahínco supliendo lo que mi esposa necesitaba y atendiendo la iglesia que estabamos iniciando para nuestro amado Dios; pero la salud de mi amada esposa iba empeorando y esto empezó a entristecerme; hasta pensé que el haber ido allí, era una equivocación. Le pedí perdón a Dios por pensar de esta manera. El fue abriendo puertas en los caseríos indígenas y poco a poco vimos las almas llegar a los pies del señor. Mi esposa empeoro; cuando llego el momento de tener nuestro primer bebe, ella estuvo hospitalizada y de rodillas llorando tuve que clamar a Dios por su sanidad; pero debido a su debilidad física a causa del clima, nuestro primer hijito nació muy enfermo y solo lo vi en una incubadora; mi esposa no pudo verlo ni tenerlo en sus brazos por lo enferma que estaba y tal noticia podia agravar su salud y yo solo lo pude tener luego que murió. Nuestro amado bebecito solo vivió siete horas. Esto fue duro para nuestra humana existencia pero el es un angelito de Dios.
Sembramos a nuestro primer hijo en esta selva amazónica, pero Dios nos lo hizo multiplicar, en la gran cantidad de almas de aquellos aborígenes que día a día llegaron a los pies de Jesucristo y hoy vemos varios pastores indígenas que predican en el poder del Espíritu Santo, por la selva y los ríos amazónicos.
Un día, uno de nuestros lideres, llego hasta el pueblo para decirme que yo tenía que salir de allí, porque me iban a matar; yo le conteste que yo no había cometido ningún delito contra nadie y que no me iba a ir pues Dios me había llamado. Claro; sentí miedo humano y cuando salía por el río para predicar en los caseríos, pensaba que a cualquier momento salieran a nuestro paso, los integrantes del grupo armado y violento que había entrado a la selva. Por todo lado, yo iba orando, pidiéndole a Dios que me protegiera; así lo hizo mi Dios Poderoso y nunca me encontré con los que me habían amenazado.
Construimos el templo y dimos comienzo al instituto bíblico de la obra; pero al salir nosotros de la denominación antigua; la obra decayó. Hoy nuevamente en la obra, en la cual Dios nos ha puesto hemos retomado el trabajo. El hermano Domingo y su familia, uno de nuestros pastores indígenas ya esta continuando la labor que nosotros habíamos iniciado, queremos construir un nuevo templo y unas instalaciones en Mitú Vaupez, como instituto bíblico para capacitar a los pastores Indígenas.
En ayuno y oración hicimos guerra espiritual para derribar los poderíos espirituales ancestrales y con estudios bíblicos llegamos a los corazones de cada persona.
Con esta experiencia en Colombia, Dios nos llevo a Bolivia donde también abrimos iglesias entre los indígenas aimaras y quechuas.
Soy el pastor Omar Tejeiro, agradezco tu oración de apoyo y recuerda que con tu ofrenda mensual misionera llevaremos adelante este proyecto; pues todo allí cuesta cinco veces el valor que aquí. Recuerde la cantidad de tu ofrenda no es tan importante lo que importa es que mensualmente no falles con ella.
9- MI PRIMER VIAJE MISIONERO
Los aviones bombardeaban las posiciones de los grupos rebeldes y estos con cañones lanzaban cilindros de gas llenos de metralla; cuando estos caían en el blanco, la explosión era tan fuerte, que la tierra temblaba en un radio de unos diez kilómetros, nosotros nos encontrábamos en un caserío indígena dentro de dicho radio.
Así pasamos ese primero de enero del 2008 sin embargo nosotros hicimos nuestro estudio bíblico durante la tarde y la noche, observando los vuelos de los aviones en combate y oyendo durante mas de medio día el ruido de los fusiles, las ametralladoras y las bombas.
De niña acompañaba a mi padre en los viajes misioneros por la selva del Vaupez y me sentía como una héroe aventurera, viendo las garzas blancas y las loras volar en el cielo gris y los martín pescador, caer como proyectiles en la oscura agua del cayo Cuduyari y luego salían del agua con su presa en el pico, allí en las espesas selvas amazónicas. También las gaviotas volaban y buscaban su alimento, mientras yo comía un trozo de casabe y de vez en cuando, tomaba agua del caño para pasar el bocado. Al llegar a las comunidades yo buscaba las niñas indígenas y a señas emprendíamos juegos interminables, pero que terminaban por falta de comprensión y de entendimiento por el idioma.
Los años pasaron y ahora siendo una joven, Dios me ha dado mucho amor por estos indígenas. En diciembre sentí de de Dios viajar al Vichada, para compartir durante un mes la palabra de Dios; Yo sabia de todos los peligros que podíamos afrontar e incluso algunos de mis familiares me dijeron que la situación era muy peligrosa; que mejor no viajara, pero yo sentía paz y el deseo de ir y compartir la palabra de Dios, con aquellas personas que nadie visita y están olvidados en la selva.
El viaje fue terrible en un bus lleno de gente, bultos de papa, cebolla, cajas, maletas y muchas cosas más. El bus tenia capacidad para unas 45 personas pero llevaba como 80; cuarenta íbamos sobre la carga. Este vehiculo levantaba mucho polvo el cual entraba por todas partes y nos pusimos unos tapabocas para evitar nos entrara mucho polvo por la nariz y la boca; pero aun así comimos mucho polvo. El paisaje era maravilloso, grandes extensiones de pastizales, de vez en cuando encontrábamos pequeños bosques, de ves en cuando veíamos vacas, águilas se levantaban volando del camino, loras pasaban el cielo azul gritando y de vez en cuando aparecía en la llanura tal cual loma tapizada de verde viche el cielo era azul y salpicado de copos de nubes blancas.
Todo este paisaje que lentamente pasaba, era creado por nuestro Dios. En el camino encontramos muchos puestos del ejercito que nos requisaban todo nuestro equipaje.
Llegamos a un caserío llamado tres matas, allí en una posada hecha en tablas; nos hospedamos, nos bañamos, tomamos sancocho de yuca y plátano, con un hueso con algo de carne. Nos acostamos, luego de darle gracias a Dios por que el viaje, encomendar a El nuestro sueño, dormimos y a las cinco de la mañana el pitar del bus nos despertó; luego de vestirnos rápidamente, organizar nuestras maletas, nos subimos al recargado bus y seguimos el viaje. Cantamos villancicos y canciones cristianas, repartimos literatura y predicamos a estas ochenta personas.
Entre salto y salto que nos magullaban todo nuestro cuerpo, llegamos a la orilla del río Vichada. Montaron el bus en un barco de hierro, todos nos subimos por los lados, así cruzamos a la otra orilla de este ancho río. Tomamos fotos, el bus volvió a salir a tierra y continuamos el viaje. Como a la hora llegamos a nuestro destino y muchos indígenas salieron a darnos la bienvenida, saltaban brincaban y nos abrazaban de felicidad.
¿Hermano Diego Malaver Usted por que nos había abandonado y hacia tantos años que no venia? Le decían al hermano Diego que era el coordinador del equipo misionero.
Todos los días hacíamos enseñanza bíblica para adultos, niños, jóvenes, estos hermanos estaban felices y hacían muchas preguntas de la palabra de Dios.
Los niños estaban muy animados, nos buscaban con mucho deseo de aprender; en los cultos todos cantaban como Ángeles, en su propio idioma. Muy pocas personas hablaban español. En sus ojos y los cuidados que nos dieron, demostraban el amor que sentían hacia nosotros en cristo Jesús.
El treinta y uno de diciembre en el caserío habían reunidas unas quinientas personas, adoramos a Dios, estudiamos su palabra y luego hicimos juegos; de pronto uno de los lideres indígenas se acerco y nos dijo que no podíamos seguir la actividad, pues habían pasado unos mil soldados el río y estaban frente a nosotros en un bosque; que al otro lado de la carretera había otros mil rebeldes y que a cualquier momento podría haber un enfrentamiento armado. El jefe indígena termino el programa y dio la orden que si los dos ejércitos se enfrentaban, todos se acostaran en el piso.
Esa noche fue terrible; pero los dos grupos armados se desplazaron hacia el sur como a unos cinco kilómetros del lugar donde estábamos. Pensando que el peligro había pasado, nos trasladamos a otro caserío como a unos 15 kilómetros; pero cuando llegamos al otro caserío, los dos grupos se enfrentaron a tiros y como ya conté continuaron hasta el día 1 de enero.
Cuando terminamos las enseñanzas entre los Piapocos, regresamos donde los Guahibos, donde teníamos las maletas y de allí salimos al lugar donde debíamos de nuevo tomar el bus de regreso a Bogotá. El hermano Diego se encontró con los dos grupos en conflicto en sitios separados y repartió entre ellos nuevos testamentos y literatura.
Cuando íbamos a subir al bus el ejército nos detuvo como media hora y los rebeldes estaban como a medio kilómetro entre un bosque, teníamos miedo que se enfrentaran y nos cogieran entre dos fuegos, pero gracias a Dios el bus arranco, todo salio bien así regresamos a Villavicencio.
Durante nuestra permanencia entre los indígenas tuvimos comida y carne de sobra, pero nosotros estábamos dispuestos a comer lo que fuera y aun a aguantar con el propósito de ganar las almas para Cristo y enseñarles la Palabra de Dios. Soy tu hermana Igrith Tejeiro agradezco tu oración de intercesión por mi ministerio y tu ofrenda mensual misionera.
10- ANTORCHAS EN LA SELVA
Los ruidos de los tambores eran ensordecedores y el ritmo de la música eran movidos por demonios de la selva, en el centro del caserío de chozas redondas, una voraz llamarada iluminaba los árboles de la selva circunvecina. Había una empalizada o palenque alrededor del caserío y nosotros los misioneros estábamos por fuera, para sus creencias religiosas era un sacrilegio que entráramos o viviéramos con ellos.
Teníamos que andar por todas partes, con una escopeta por entre esta oscura jungla de árboles centenarios y los ruidos de las fieras a cualquier momento se podían sentir.
Los aborígenes negros de Nigeria, colocaban un guerrero en la puerta del palenque o empalizada, para que ninguna fiera fuera a entrar al caserío o algún intruso.
Yo seguí el ejemplo de los aborígenes, hice una empalizada alrededor de la casa misionera que había construido y techado, copiando el estilo de las del caserío.
Allí dentro prepare una huerta y sembraba frutas, hierbas medicinales, yucas, batatas, también criaba gallinas y conejos para tener carne.
A las cinco de la mañana con mi esposa y mi pequeña hija, nos levantábamos, orábamos, adorábamos a Dios con nuestros cantos; a las seis y media de la mañana leíamos la palabra de Dios y memorizábamos un versículo bíblico, entre las siete y media y las nueve de la mañana, yo le hacia aseo a las gallinas y los conejos; el estiércol de estos, lo colocaba como abono alrededor de las matas cultivadas, entre tanto mi esposa hacia el desayuno, luego yo me bañaba y me colocaba ropa limpia.
Todo era muy difícil, yo le llevaba regalos al cacique y los demas indígenas, ellos los recibían y tal vez por esto no nos atacaban; pero la orden del brujo era que nadie podía hablar con nosotros, ni siquiera el cacique hablaba mucho con nosotros.
Un día apareció un niño dentro de mi casa y con una sonrisa nos saludo; tenia unas manillas blancas en sus manos y tobillos, un vistoso collar de pepas y dientes de animales, un taparrabo de tela roja y descalzo se movía rápidamente. Debía tener unos once o doce años de edad.
Ese día mi esposa le dio unos dulces y comiendo él; entro dentro de nuestra casa ocultándose para que el guerrero centinela no lo fuera a ver.
Rikcho todos los días a las diez de la mañana aparecía allí en nuestra casa ocultándose, mi esposa le coloco lápices de colores para que el dibujara; yo baje frutas de mi huerto y le dábamos a comer; también le dábamos para llevar a su casa. Un día le regale un conejo, muchas veces gallinas y el nos contaba que con su madre las mataban las cocinaban y las comían, escondidas de la gente de la tribu. A Rikcho le enseñamos a leer y escribir y el nos enseño su idioma.
A veces aparecía a las nueve de la mañana pero siempre se iba a las once y media.
En cada viaje que yo hacia, traía herramientas para regalar a los jefes de las tribus, hachas, serruchos, corta uñas, tijeras, navajas y cuando el cacique me acompañaba con sus guerreros yo iba y los repartía.
Un día sonaron los tambores; pero en forma diferente, ya no era la fiesta de cambio de luna; ese día no apareció Rikcho la puerta; la empalizada o palenque se cerro y todos los guerreros estaban al asecho, sobre la pared de chuzos enterrados en la tierra que formaban la empalizada. De pronto, al lado derecho de nuestra casa se oyeron otros tambores y gritos de guerra; era una tribu enemiga que había venido a pelear. Las flechas silbaban y volaban por los aires adornadas de plumas de colores y los quejidos de los heridos empezó a oírse en medio de los tambores y la gritería; yo alcance a cerrar la pesada puerta de mi empalizada y empecé a orar con mi esposa y mi hijita, para que no fueran a atacarnos y cesara la guerra. La noche llego; nosotros no parábamos de orar, afuera se oían los quejidos los atacantes heridos y los otros, al no poder entrar en la empalizada y viendo diezmado su ejercito se retiraron. Abrí la puerta y quise ayudar a los heridos pero los guerreros que eran mis vecinos, me amenazaron con sus lanzas entonces desistí; en la noche hubo fiesta, danzas, cantos frenéticos, gritos del brujo y sus ayudantes y alaridos de los humanos sacrificados, de los enemigos heridos y supimos que estos aborígenes se comían a los muertos de los ejércitos enemigos.
Después todo volvió a la normalidad.
Todas las tardes escribíamos diez cartas, las cuales mi esposa ilustraba con sus dibujos ya que ella tenia este talento y en el mes habíamos escrito trescientas cartas, para nuestros trescientos hermanos en Cristo quienes nos ofrendaban mensualmente entre uno y diez dólares, la suma de todas estas ofrendas mensuales, era para poder pagar los viajes, el correo, algunos alimento y medicinas, los regalos y también materiales para la traducción.
Cuando cambiaba la luna, hacían una fiesta y se prendía la hoguera en el centro del caserío, tambores cantos y gritos desgarradores nos atemorizaban y nos tocaba orar, reprender todo espíritu de muerte.
Rikcho llego a contarnos, que cada que cambiaba la luna el brujo hacia sacrificios para apaciguar a los espíritus y que se escogía a una persona fuera hombre o mujer para meterla en un chuzo de madera, luego quemarla viva y esos eran los gritos desgarradores que se oían.
Tradujimos todas las historias del nuevo testamento y nuestro alumno Rikcho se gozaba repitiéndolas una y otra vez, yo le hice un libro para que lo guardara en su casa y a escondidas lo leyera.
Un día le dije que había que orar para que su pueblo, llegara a conocer estas historias de Cristo y las obedeciera; entonces le traduje el libro el manual del pastor y se lo explique con lujo de detalles.
Mi hijita ya cumplía 7 años y todos los días jugaba con el joven aborigen.
Nuestro trabajo estaba progresando pero mi esposa se enfermo y oramos por ella con Rikchi y mi hijita, le hice todos los tratamientos medicinales que sabia y aun así no mejoro. Aliste las maletas de viaje y tuvimos que salir del caserío para volver a Inglaterra, pero ella murió antes del llegar al puerto para coger el barco. Tuve que enterrarla allí y con mi pequeña hija regrese a Inglaterra.
Me sentí frustrado y me enoje con Dios; tanto sacrificio para que yo perdiera a mi amada esposa, para solo ganarme un niño, un pequeño niño.
Un día mi hija llego, me trajo a casa un predicador de color, el cual tenia muchísimas iglesias que el había fundado en África; cuando el me vio me abrazo y lloro; no paraba de darme gracias, era Rikcho quien con nuestro trabajo y sacrificio había recibido a Cristo como su rey y salvador y El lo había convertido en el apóstol del África.
Valió la pena enseñar a un niño, a un solo niño; valió la pena el sacrificio de mi esposa y mi sacrificio; valió la pena el dólar mensual que muchos niños cristianos nos mandaron negándose su merienda y los diez o menos dólares que muchos adultos, negándose algún lujo o su comida, nos enviaron mensualmente para que este niño conociera el evangelio de Jesucristo y lo enseñara a sus guerreros familiares; Valió la pena no solo las ofrendas mensuales enviadas, sino también la oración de apoyo e intercesión de cada uno de los trescientos hermanos que nos apoyaron en nuestro trabajo misionero. ¡Gloria a Dios!.